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Quilapayún, de Chile: Venceremos...
FuenteTriunfo Fecha26 Marzo 1977 PaísEspaña


Edición transcrita

Quilapayún, el nombre mítico de la canción chilena —al lado de los igualmente legendarios y ya desaparecidos Violeta Parra o Víctor Jara—, llegaron, por fin, a Madrid. Había existido un intento en otras otras épocas mucho más represivas que la actual (que no obstante, sigue siéndolo: he ahí recientes y numerosas las suspensiones a homenajes colectivos y actuaciones personales); no prosperó en aquella ocasión, hace ya dos años, y únicamente en Barcelona pudo actuar el septeto. Ahora, la presencia de los exiliados chilenos concitó la presencia masiva de miles de espectadores y de numerosos grupos políticos de la oposición no legalizada y de alguna de la ya aceptada. El recital fue, pues, un nuevo pretexto para el grito de consignas de carácter internacionalista, o más próximos, siendo, no obstante, el fascismo de Pinochet y el consiguiente “Venceremos” el que más gargantas unitarias reservó.

En cuanto a la actuación del conjunto, casi en segundo plano, por las razones expuestas, hay que señalar que respondió, en líneas generales, a lo que se esperaba de ellos. No defraudaron, aunque tampoco sorprendieron en demasía. Son buenos intérpretes, son notables profesionales, son expertos músicos. Su militancia política es inequívoca, pero en el momento presente su función baila en la difícil cuerda floja de un equilibrio que lleva desde la autocompasión hasta la impotencia, producto todo ello de la lejanía con su país y de las sangrientas condiciones vitales que imperan en él. Quilapayún sortea los peligros apuntados con la inclusión de numerosas canciones de participación y de tono humorístico donde el artista no se aprovecha de la mala conciencia y donde la monserga de púlpito deja de repetirse machaconamente, recuperando de esa forma su espontaneidad y, por tanto, mucho de su valor.

Las mejores canciones del recital participaron de alguna de estas características: o bien la pulcritud instrumental de temas “intrascendentes” de contenido, pero plenamente populares, como los hermosos aires del altiplano o construidos a partir de ellos (“Yaravi y Huayno”, “Contrastes”, “Machu Pichu”), o bien los temas inflamantes, que siguen cumpliendo su papel de aglutinadores de la esperanza, tales como “La muralla”, “El pueblo unido, jamás será vencido”, o el inevitable “Venceremos”, o bien, finalmente, aquellos donde la imaginación surge para hacer frente a los fantasmas del pasado y las realidades negras del presente. En este sentido, composiciones como “La bola” o “Malembe” fueron las más destacadas y el único punto inesperado del concierto, al ser invitado el público al juego de la maldición colectiva y la exorcización de los males totalitarios, mientras el grupo se presta a una interesante labor de investigación en sus posibilidades sonoras.

También interpretó el Quilapayún diversos temas tradicionales anónimos (“Las obreras” o “Duerme, duerme, negrito””), y otros de Víctor Jara; no fueron estos últimos (“Te recuerdo, Amanda” o “Con el alma llena de banderas”) los que gozaron de un mejor y más oportuno tratamiento, y hace inevitable el pensar que algunos nombres se emplean ya por obligación como reclamos izquierdistas y panfletarios. En general, esto no fue así; no obstante, frente a estos nuevos tiempos que ya vivimos, la canción política habrá de buscar nuevos caminos si quiere conservar su eficacia. El terreno de la desmitificación de los “grandes temas” puede ser uno de ellos; el humor que empieza a proponer Quilapayún también es una manera de encarar el futuro.

Álvaro Feito