Quilapayún Header
Éxito, Televisión, Suspensión
FuenteMundo Fecha5 Octubre 1974 PaísEspaña


Edición transcrita

El caso de los cantores protesta chilenos, aplaudidos en Barcelona, pasados por la pantalla y prohibidos en Madrid.

Ha sido curiosa la trayectoria que han seguido en España las actuaciones del grupo chileno Quilapayún, el conjunto que creara en el año 1965 Víctor Jara y que se salvó de la quema pinochetista, cuando el golpe, por estar de gira en Europa.

Quilapayún —tres barbas es la traducción literal del nombre— constituyen ahora el canto chileno en el exilio, el testimonio de lucha frente a las libertades decapitadas, la esperanza renaciendo de las dramáticas cenizas. Su voz cobra hoy nuevos bríos, si cabe, tras la confirmación americana del apoyo de la CIA en la destitución sangrienta del Gobierno constitucional de Salvador Allende.

El mensaje ha llegado hasta España, en un principio, con timidez. Á pesar de que la actuación en Barcelona estaba programada para dos recitales en el mastodóntico Palau Blau Grana, los organizadores no apretaron casi nada la publicidad de pago por un lado, y demostraron la poca confianza que tenían en la asistencia al encargar tan sólo 400 programas de mano dos días de concierto, cuando el Palau lleno puede albergar en las dos sesiones a unas doce mil personas. Para la primera noche se encontraron unos cuatro mil quinientos asistentes. Y para la segunda se llenó el Palau y quedó gente fuera (ni que decir tiene que el programa de mano con los textos de las canciones resultó altamente codiciado).

Un público responsable

El concierto, con sus implicaciones sociopolíticas y de exilio, respondió a las premisas y quizá, para los no conocedores de la música de Quilapayún, sorprendió por la enorme calidad interpretativa del sexteto. Canciones todas en una para los concreta dirección aunque se intercalaron algunos instrumentales.

Durante todo el concierto al que asistí —me cuentan que en el segundo ocurrió lo mismo— la actitud de los Quilapayún fue la de recomendar responsabilidad a los asistentes, calma, si querían volverles a ver actuar en España.

El público se comportó con responsabilidad. Yo diría que, de todo el acto lo más combativo, lo más teóricamente conflictivo, podían ser las letras de las canciones que Quilapayún cantaba y el público coreaba. Pero estas canciones habían sido previamente autorizadas por la correspondiente delegación administrativa. Por ello hemos calificado al principio de curiosa la trayectoria seguida por Quilapayún en su visita a España. Dieron dos conciertos en Barcelona con masiva asistencia de un público entregado, cantaron al día siguiente por televisión en un programa de domingo por la tarde —no cantaron «El pueblo unido jamás será vencido» en TVE, pero sí un título bien significativo, «¡Qué lindas son las obreras»—, por el cual se dice que cobraron veinte mil duros. Sin embargo, padecieron la suspensión de sus recitales madrileños a causa, según hemos leído en la prensa diaria, de una protesta oficial de la Embajada chilena.
Repito, según mi información, las letras de sus canciones —imagino que ahí debía cimentarse la protesta— estaban autorizadas.

Ángel Casas