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Viña 73: El Festival del Odio
FuenteEl Musiquero Fecha16 Febrero 1973 PaísChile


Edición transcrita

Nos habría gustado no tener que escribir estas notas, pero lo sucedido en el XIV Festival de la Canción de Viña del Mar, se debe recordar a menudo para que todos los “enardecidos de siempre”, tomen conciencia y los hechos no vuelvan a repetirse.
Lo acontecido el domingo 4 no es algo aislado, ni el fruto de la tensión política que vive Chile, que ha llegado en forma alarmante al arte. Para nosotros comenzó en 1969, cuando fue pifiado Pedro Messone en el Festival de la Nueva Canción Chilena y siguió en 1970, cuando los asistentes a Viña, que en su mayoría no son precisamente proletarios, pifiaron y lanzaron insultos al conjunto Tiempo Nuevo.

Prosiguió en 1971, cuando Miriam Makeba recibió una impresionante silbatina por sus palabras de aliento al movimiento social chileno.

Y culminó, cuando Tony Ronald, primero vino a “alegrarnos”, porque “sabía que estábamos pasando apuros”, lo que le ganó la silbatina de “los UP” y los más ácidos comentarios, para llegar a su climax con la actuación de los Quilapayún que a su vez, fueron pifiados por los “no UP”.

Fue tal el clima de violencia, donde hubo incluso pugilatos entre regidores, intentos de incendio y otras yerbas, que lisa y llanamente, los ediles acordaron no efectuar la final folklórica y se limitaron a proclamar a los ganadores en privado.

Pero, en todo este encadenamiento de hechos surgen cosas que no se pueden dejar de decir: ¿Quién contrató a artistas que se sabían de izquierda o de derecha? ¿Por qué no se advirtió a los participantes que no debían hacer alusiones políticas, ni menos transformar el festival en una concentración política? Y lo más grave: Estamos a las puertas de un enfrentamiento armado? ¿Es posible que no se haya podido oír la canción “A la bandera chilena”, sólo porque uno de sus autores es comunista?

Si la excitación y la falta de argumentos — o el exceso — de ambos bandos llega al extremo de hacer un festival de canciones , una trinchera para gritarse de todo, es que lisa y llanamente estamos al borde del caos. La música que debía ser un vehículo de paz, de amor y amistad entre los hombres y pueblos es, hoy por hoy, un medio más para injuriar, recurriendo incluso a un lenguaje totalmente reñido con el arte.

Volvemos a repetirlo, ojalá que esto no suceda nunca más y ojalá que la cordura a la que hemos llamado muchas veces, vuelva a ser lo que prime en toda conciencia.

LOS GANADORES

Los ganadores de la parte folklórica fueron: 1º Mi Río, de Julio Numhausser, cantada por Charo Cofré. 2º A la Bandera de Chile, de Nerduda y Bianchi interpretada por Los Fortineros y 3º Por no decirte que te amo, de Lucho Bahamondes, con Carmen Ruiz, Los Diamantes del Sol y el propio autor.

Sinceramente, creemos que era lo mejor. Más “tonada” nos parecía la de Bahamondes, pero Mi Río está en la línea actual y contó con una interpretación impecable.

En cuanto al tema de Neruda y Bianchi, era de presumir que tendría un galardón. No es incuestionablemente lo mejor que han hecho, pero es una hermosa canción y seguramente se incorporará a la tradición.

Al género Internacional y los Pasajeros, la canción chilena participante, nos referiremos en el próximo número.

LA SUFRIDA ETAPA FOLKLÓRICA

Las pifias de un sector del público a nuestro Premio Nobel, las consecuencias que trajo la no aceptación de ese mismo sector hacia el grupo Quilapayún (pugilatos en el palco en los que participaron regidores), las intromisiones de Tony Ronald en la política chilena que también trajeron cola y, finalmente, la sabia medida aprobada por unanimidad de suspender la final folklórica, fueron algunos de los sucesos que remecieron los cimientos de la decimocuarta versión folklórica del Festival de Viña del Mar.

La muerte del folklórica Rolando Alarcón, uno de los tantos que se había entrado de lleno a la causa del certamen viñamarino, y que este año estaba nominado como Jurado, fue el golpe más grande, que incluso apagó automáticamente algunos intentos de silbatinas, muy pocas por cierto, que ya comenzaban a concretarse cuando César Antonio Santis anunció el homenaje de los artistas folklóricos que competían.

De ahí que es indudable concluir en que este año la etapa folklórica ha sido la más sufrida de todas.

Desde que se pronunció el nombre de Pablo Neruda, se pudo advertir el ánimo belicoso de una gran parte del público. El renovado grupo “Los Fortineros” tuvo que interpretar “A la bandera chilena” siempre entre silbatinas.

Más tarde, en el show, cuando Fausto, invitado colombiano, quiso dedicar su primera actuación a los pescadores chilenos, recibió también su cuota de pifias. Sin embargo lo que sobrepasó todos los moldes fue la intromisión de Tony Ronald, holandés residente en España, quien se quiso mostrar además como “el Mesías” que venía a poner una sonrisa en los labios de los “aproblemados chilenos”.

Ya en el segundo día los extranjeros se portaron más sobrios y guardaron silencio. Pero el público no se quedó callado. Nuestra figura principal literaria siguió recibiendo gratuitamente los silbidos del “respetable”. Finalmente la tensión acumulada se desbordó con la actuación de Quilapayún. El grupo folklórico, a sabiendas de lo que iba a pasar, gastó las utilidades del contrato en Viña en comprar entradas para repartirlas entre los trabajadores de diversas industrias de la provincia, los que se volcaron a apoyar a sus favoritos.

Entre aplausos de sus simpatizantes y las pifias de sus enemigos Quilapayún cantó 3 canciones (“El cobre”, “La batea” y “Las ollitas”) ademas de increpar al público “que pifiaba a Neruda y aplaudía a un extranjero que se metía en nuesta política interna”.

El enfrentamiento entre aplausos y pifias se concretó en el palco de periodistas y autoridades, que como siempre estaba repleto de gente que no era ni lo uno ni lo otro (los regidores lo llenan con sus amistades), hacía prever que para las finales podría llegar la sangre al río.

Existían antecedentes de la organización de un solo de ollitas en la Quinta Vergara, se descubrió a un control de boletería que portaba un arma y se detectó a varios individuos sospechosos adquiriendo localidades.

Por eso fue que tanto los 6 regidores de oposición, como los 3 de Gobierno estuvieron de acuerdo en suspender la final para evitar tragedias lamentables.

A esto hay que agregar la duda de los días posteriores al conflictivo domingo en cuanto a la grabación de la actuación del Quilapayún por parte del equipo de Televisión Nacional a cargo del Festival. Todos los periodistas se percataron que las cámaras dejaron de funcionar en ese momento y que previamente un regidor de un partido político de oposición subió para exigir la suspensión de la grabación. Consultado Helio Soto acerca de ello, este afirmó que Gonzalo Bertrán, director de los programas, tenía órdenes precisas de grabar todo y que si hubiese pasado algo anormal sería arreglado a puertas cerradas, “es lo mínimo que puede hacer un jefe”, dijo Soto.

Sin embargo todo no fue enfrentamiento. Hubo figuras que tuvieron éxito tanto entre los de oposición como entre los UP. Tato Cifuentes, artistas de los antiguos, pero, aunque parezca extraño, toda una revelación para el grueso de los chilenos; Los Perlas que con sobriedad se convirtieron en el batatazo del Festival y Gino Renni (“Franco”) que tuvo éxito entre moros y cristianos por cantarle a “aquellas cosas simples de la vida”.