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Concierto-Aventura

Fotografía: Camilo Parada

Los dos conciertos de este fin de semana, el de Talca (6 de diciembre 2014) y el de Mesetas de Jahuel (7 de diciembre) constituyen un hito en la historia del Quilapayún. Por qué esto es así es lo que trataremos de explicar.

El sábado alrededor de las 12 de la mañana partimos en un bus rumbo a Talca. No teníamos muy claro de qué se trataba, porque lo único que sabíamos es que iba a tener lugar en una explanada frente a un casino y no en el teatro Regional, que es donde hemos realizado todos nuestros últimos conciertos. La hora había sido elegida sabiamente para que nuestra llegada coincidiera con el comienzo de la infartante final del campeonato de Apertura del fútbol nacional. Pensábamos instalarnos en algún café para ver el partido y después salir corriendo al concierto. Hay que informar que en el conjunto, las preferencias futbolísticas están lamentablemente divididas. Pero debo decir que las camisetas azules y blancas quedan escondidas debajo de los ponchos y no son un obstáculo cuando se trata de cantar juntos El pueblo unido. Llegamos a Talca, pero nos demoramos algunos minutos en encontrar la deseada pantalla que nos permitiría ver el partido. Lo peor de todo es que a pesar de los muchos esfuerzos hechos por el dueño del restaurante donde fuimos a parar, no fuimos capaces de enchufar correctamente los cables para ver el partido del Nacional. Solo pudimos ver el del Colo con Wanderers y algunos pasajes del partido de la “U”, entre ellos, el famoso penal, que entre paréntesis fue penal, porque el cielo es azul y no se equivoca.

Terminamos el tema futbolístico, algunos muy felices y otros cabizbajos, y nos dirigimos al concierto. En el camino, Carlitos, que venía llegando de Paris fue sorpresivamente detenido por un admirador que lo reconoció: “Don Carlos, ¿Puedo sacarme una foto con usted?” Demostración flagrante de que la distancia no corre, ni tampoco el tiempo, cuando se trata de reconocer los méritos artísticos de un Quilapayún de cepa.

Nos encontramos con la explanada llena de gente que coreó nuestras canciones desde que salimos al escenario y que nos dio la gran sorpresa, porque no esperábamos ese recibimiento. Lo pasamos bien cantando. Fue un concierto especial.

Después de la actuación, que terminó cerca de las 11 de la noche, salimos cascando hacia San Felipe donde teníamos que llegar a pasar la noche. Llegamos a las 4 de la mañana a un hotel típico de provincia donde al fin pudimos descansar después del largo viaje en bus. Y ahora viene lo bueno. Después de un desayuno en el hotel y de un cafecito más tarde en la plaza de San Felipe, partimos en nuestro bus hacia las mesetas de Jahuel, donde tenía que realizarse el concierto del domingo.

Al que no sepa donde quedan las Mesetas de Jahuel, le contaré que se trata de unos cerros pelados casi inaccesibles que se encuentran a algunos kilómetros de las Termas de Jahuel. Es tan difícil llegar a esos parajes, que en un momento tuvimos que parar el bus y cambiar de medio de transporte porque para llegar arriba se requiere de un vehículo con tracción a las 4 ruedas. Nos subimos a unas camionetas que nos estaban esperando y comenzamos el ascenso por un tortuoso y escarpado camino de piedras y tierra que de repente desaparecía, para al cabo de unos momentos volver a aparecer. Al final de varias curvas y barquinazos accedimos por fin a una suerte de espacio más amplio donde frente a los cerros estaba instalado un impecable escenario. Hacía un calor tórrido, pero todo estaba impecablemente organizado para que se pudiera llevar a cabo nuestro concierto. Cuando estábamos por llegar, el Huaso anunció: “yo he estado aquí. Esa piedra se llama “La tortuga””- dijo, y señaló un roquerío al lado del camino.. Nos enteramos que el Huaso sale a caminar con sus hijos por diferentes lugares y este era uno de ellos. Por lo demás, el lugar es interesante: un poco más arriba de donde estábamos se halla el camino del Inca, que cruza lo cerros, baja hacia el valle y entronca nada menos con la calle Independencia, que es exactamente el camino que utilizó Pedro de Valdivia para llegar a Santiago.

Hay que ser bastante loco para producir un concierto en esos desolados parajes, pero al parecer el Alcalde de Santa María y los responsables del proyecto Senderos de Chile, que eran los responsables del evento, cumplen con esa condición. Se suponía que buena parte de la gente había subido a pie y el resto en vehículos apropiados. La gente se apelotonaba bajo los espinos, que eran los pocos lugares con sombra y que se ubicaban a diferentes distancias del escenario. En un espino grande cabía una familia y algo mas, pero en un espino chico únicamente cabía un espectador. Otro buen número de entusiastas se apelotonaba frente al escenario donde se formaba un pequeño espacio de sombra.

Salimos a cantar y el entusiasmo de la gente era tan grande que nos contagiamos. En realidad era emocionante cantar nuestras canciones ahí en ese peladero mirando la antesala de la cordillera y sintiendo la felicidad de la gente que había hecho un esfuerzo sobrehumano para llegar al concierto. Corearon cada canción y todos competían desde los espinos dispersos para expresar de la manera mas potente sus emociones. Fue fantástico. Mención aparte debe hacerse al curadito que se puso a bailar la Cocinerita agitando su pañuelo como si hubiera estado en pleno carnaval. Lástima no haber tenido una filmadora a mano.

Fue un recital muy hermoso. ¿Como terminó todo? Con un broche de oro. Bajamos de nuevo en las camionetas a nuestro bus, que nos estaba esperando, y nos dirigimos al restaurante popular “Las piedras del molino” y ahí nos comimos la mejor cazuela con chuchoca que existe en esta república. Después de esa maravilla solo quedó volver a Santiago a empezar de nuevo.